lunes, 6 de julio de 2009

EUGENIO PAILLET

Tarde, pero seguro, Cristina Fernández está decidida a borrar la percepción colectiva del "doble comando" entre ella y Néstor Kirchner para conducir los destinos del país que la martirizó durante lo que lleva de gestión en la Casa Rosada.
Un importante ministro del gabinete nacional aseguró que, más allá de los gestos de autismo y soberbia que mostró la presidenta apenas después de la dura derrota del oficialismo en las elecciones del 28 de junio, las horas que siguieron dieron paso a un tipo de análisis un poco más realista, siempre puertas adentro de sus despachos. Y la primera conclusión, todavía en ciernes, de esas tribulaciones, es que se impone una suerte de "transferencia del poder" del ex presidente a su esposa, o un forzamiento de la situación por parte de ella, a expensas de los deseos de su esposo.
"Acá hubo gestos que no se podían soslayar, porque a todos nos corre sangre por las venas, pero, una vez pasado el tiempo habrá (que hacer) la necesaria catarsis y se corregirá lo que haya que corregir", dijo ese ministro, que tiene su continuidad asegurada. Por gestos, se refería a las presentaciones casi desafiantes de Kirchner y de Cristina, la madrugada de la derrota y durante la conferencia de prensa de la mandataria en la Casa Rosada, que provocaron perplejidad en la oposición y los observadores imparciales, y más de un reproche o enojo en las filas del propio gobierno.
Ese posicionamiento de Cristina Fernández, destinado a dotar finalmente de autonomía a su presidencia, no habría sido un tránsito fácil entre aquellas primeras horas posteriores al 28 de junio y el resto de la semana que termina, que fue calificada, por un confidente del poder, como la peor desde que los Kirchner desembarcaron en la Casa Rosada, en 2003. "La vivieron peor que la semana de la pelea con el campo, cuando Néstor amenazó con hacer las valijas", reconfirmó un hombre del entorno.
También se desgrana, en la más absoluta intimidad de algunos despachos, el reconocimiento de que no habrá gobernabilidad que defender si no hay un cambio profundo de métodos, actitudes y hasta de nombres. Al margen de que es un dato de la realidad, a estas alturas, que la presidenta tiene por misión excluyente gobernar hasta diciembre de 2011 y concluir en ese momento con la fuerte presunción de fin de ciclo para el largo reinado del kirchnerismo, que parece inexorable.
Se habla, entre susurros, de fuertes discusiones en Olivos, de reproches, en su mayoría decididos a poner de manifiesto un escenario que muchos en el oficialismo veían desde hace bastante tiempo, pero que nadie se animaba a plantear cara a cara ante el matrimonio gobernante. Hablan de la percepción casi sin fisuras, por estas horas, en los principales despachos del poder, de que la debacle electoral del 28 de junio sobrevino, antes que nada, por aquel estilo destemplado y guerreador, plagado de falsas denuncias, chicanas y malos presagios para la sociedad si osaba no votar las listas oficiales, que impuso Kirchner a la campaña.
Para esos analistas del poder, el perfil del voto del domingo último fue de claro castigo a Kirchner y a su lamentable modo de hacer política. "No percibimos un voto contra el gobierno o contra la gestión, pero sí hacia una forma de hacer las cosas que la sociedad terminó por castigar", se escucha.
Los escasos funcionarios que han podido ver esta semana a Kirchner lo describen como un hombre completamente aislado, al que es casi imposible sacar alguna palabra. Cayó en ese estado después de aquel otro mal paso que fue el reportaje que dio en Olivos para anunciar que renunciaba a la presidencia del Partido Justicialista y cedía el mando a Daniel Scioli. Lo mismos confidentes del gobierno encuentran allí un nuevo error: pasar la posta al gobernador, perdedor como él en la madre de todas las batallas que fue la que se libró en Buenos Aires, podía ser interpretado como otra mojada de oreja al peronismo, en particular, y a la sociedad, en general.
Así fue: El común de los ciudadanos dijo, al día siguiente, que se trataba de puro gatopardismo y que Kirchner sería, en realidad, quien seguiría manejando los hilos del partido; ahora, a través del dócil y diligente Scioli. Y los gobernadores peronistas, más los referentes provinciales que triunfaron en sus provincias por afuera de las estructuras partidarias o del apoyo de la Casa Rosada, han rechazado de plano, en sus conversaciones reservadas con el vicepresidente a cargo, sus pergaminos para mantenerse impoluto en ese sillón, como si nada hubiese ocurrido.
Hay quienes, sin embargo, pintan a otro Kirchner: silencioso, es cierto, y retraído, cuchichea, ante sus escasos visitantes, que cometen un grave error aquellos dirigentes de su partido que lo creen fuera de carrera. "Se equivocan los que dicen "a rey muerto rey puesto"; yo voy a dar batalla y voy a pelear la candidatura presidencial de 2011", desgranó, furioso, ante un secretario de Estado que lo visitó a mitad de semana.
Volvamos a Cristina. La presidente observa todo ese panorama desde otro prisma, dicen sus confidentes. Ella habría espetado a su esposo que, hasta ahora, se comportó como fiel soldado de la causa y que más de una vez avaló algunas políticas con las que estaba en desacuerdo. Pero ese tiempo se terminó con la derrota del 28 de junio. Ahora, buscaría armar un gobierno con perfil propio, decidida a gobernar los dos años y medio que le restan con marcada autonomía del poder central que emanó y todavía emana del santacruceño. Hay que decirlo: no es la primera vez que los voceros y confidentes del cristinismo alientan ese tipo de veleidades de la mandataria. Nunca cumplieron, porque todo siguió bajo la consigna del "doble comando" que imponía Kirchner. A fin de cuentas, cuando ella se presentaba en la campaña para presidente como la protagonista del cambio, por lo bajo se aseguraba a su lado que haría polvo más de medio gabinete de ministros y secretarios que había llegado a la gestión en 2003. La historia que siguió es bien conocida y la deja completamente desairada.
Si la presidenta planea un gobierno autónomo, la verdad es que no se nota. La designación del ex macrista y ahora devidista Juan Pablo Schiavi, en reemplazo del cuestionado Ricardo Jaime, al frente de la secretaría de Transporte es lo que parece: más de lo mismo. Para peor, el arranque que aseguran algunos de sus confidentes pareció tener horas atrás, cuando la vieron dispuesta a aceptar la renuncia verbal que le había entregado Guillermo Moreno, quedó en amagues. El impresentable secretario de Comercio sigue en su puesto y nada parece, por ahora, indicar que algo vaya a cambiar en su futuro cercano.
Hay, con todo, otra línea de estrategia, aunque, por ahora, no sea mucho más que trazos todavía demasiado gruesos, que abonaría aquella presunción de que, efectivamente, Cristina Fernández planearía pegar el salto hacia destinos menos atados a la irascibilidad constante de su esposo.
Moreno podría salir eyectado de su poltrona, pero en un plazo más largo que el que le desean sus enemigos de adentro y de afuera. Y entraría en un "paquete" de relevos e ingresos destinado a cumplir con aquel otro deseo de Cristina: parar en la cancha, para lo que le resta de mandato, un equipo de ministros y secretarios un poco más presentable y menos cuestionado, o menos ligado a las prácticas que llevaron al kirchnerismo a la peor derrota electoral de su historia.
Algunos, en el gobierno, hablan de un puñado de días, a lo sumo una semana, para que se conozcan novedades en ese sentido. En la Casa Rosada, sostienen, en cambio, que los relevos y designaciones para dar paso al nuevo elenco, con figuras menos expuestas y hasta con la llegada de extrapartidarios, habría que esperarlos para después del 20 de julio. Ese día, la presidenta asistirá a la Cumbre del Grupo de los Veinte que se realizará en los Estados Unidos. Al regreso de su encuentro con los líderes de los países desarrollados y algunos emergentes, como la Argentina, se conocerían las modificaciones. También se dice que, por el contrario, ella podría aterrizar en Pittsburgh, que es la ciudad norteamericana del encuentro donde será anfitrión Barak Obama, con esa señal destinada a frenar las críticas a un estilo de gestión (con su carga consiguiente de inseguridad jurídica, falta de reglas claras de juego y desaliento a las inversiones) que se le han formulado en Europa y en el poderoso país del Norte.
Entre las medidas para maquillar su gobierno, y con el tiempo se verá si es algo más que eso, la presidenta quiere nombrar un nuevo ministro de Economía, en reemplazo de un hombre eficiente, pero gris, como es Carlos Fernández. Antes que ninguna otra cosa, la estrategia persigue sugerir que también en este campo hay intentos de mostrar autonomía. Es decir, desalentar desde ese entonces la fundada suposición general de que, en todos estos años, el verdadero ministro de Economía ha sido Néstor Kirchner, sin importar quién haya estado sentado en el Palacio de Hacienda. Y sin que eso suponga, va de suyo, pretender que el santacruceño haya entendido alguna vez nada de economía.
De entre la ristra de apellidos que han circulado, en las últimas horas, para suceder a Fernández, algunos lisa y llanamente calificados por fuentes del cristinismo como "autopostulados", hay tres que están en carrera, para el paladar de la mandataria: Mario Blejer, Martín Redrado y Mercedes Marcó del Pont. Hay un primer dato que los ha unido, según se sabe, y que a la vez justificaría aquella decisión de sacarse de encima a Guillermo Moreno, no importa cuántas sean las presiones ni el lustre de sus defensores: cualquiera de ellos condiciona su desembarco en Economía, sin posibilidad de negociar, al despido del secretario de Comercio.
Otro dato: de aquellos tres anotados en la grilla, Blejer es quien se lleva los mejores elogios de la presidenta. Pero Moreno sigue y seguirá siendo una piedra en el camino. Deberá removerla, si quiere coronar con éxito la jugada.
Daniel Scioli, como Cristina Fernández, ha descubierto, ahora, que hay epidemia de gripe A en la Argentina. La presidenta no pudo evitar su recurrente estilo de alegre estudiantina para recomendar hasta cómo lavarse las manos o dejar de besarse, como si fuese una experta en el tema. El gobernador lo ha hecho por otros motivos. Deberá remontar la dura derrota del domingo y la percepción de que su devoción por los Kirchner casi terminó dictando el certificado de defunción a su candidatura presidencial de 2011.
Su dedicación a la atención de la epidemia fue paralela a su ejercicio de flamante presidente del PJ que le delegó el santacruceño. Aquí, el fracaso ha sido estrepitoso. Scioli escuchó todos los reproches que tenía que escuchar de gobernadores o jefes territoriales que ganaron, y no perdieron, como él, el 28 de junio. Consecuencia: Esta misma semana renunciará a su breve reinado y llamará a la creación de una comisión de Acción Política, para que se haga cargo de normalizar el partido y llamar a elecciones internas.
Confidentes cercanos a Scioli comentan que le han reprochado, algunos de sus hombres, lo que ya le reprochaban mucho antes de las elecciones: que tanto felpudismo con Kirchner lo iba a pagar caro, y, encima, aceptó que el ex presidente lo nombrara en el PJ, con lo que dejó no sólo la impresión de que sigue haciendo lo que Kirchner le ordena, sino que no entendió nada de lo que pasó con el resultado de las elecciones.
Por eso y para no terminar de rifar su candidatura de 2011 es que Scioli entregaría, esta semana, el partido a los gobernadores y se dedicaría a reconstruir su candidatura desde la gestión en la gobernación. Y no descartaban esos confidentes que, si así son las cosas, en algún momento también comience un despegue de Kirchner, aunque no del gobierno de Cristina, al que dice que va a defender aun pese a todas las críticas.

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