domingo, 8 de marzo de 2009

Acerac de los declinantes dias de Su Majestad

POR CARLOS SALVADOR LA ROSA
Según el columnista, el sábado 07/93 viajaron a Mendoza 2 Cristinas:
la Presidente y la reina. Una estuvo correcta. La otra, peor no pudo estar. Y para que no quedaran dudas, tituló su nota "Esta reina, no es mi reina".
CIUDAD DE BUENOS AIRES (Los Andes). Robert Kagan es un político conservador norteamericano que armó a George W. Bush -cuando éste asumió la Presidencia de Estados Unidos- las bases fundamentales de su política exterior. Palabras más, palabras menos, su tesis fue la siguiente: Hoy existe un mundo civilizado que sabe resolver en paz sus conflictos.
Se trata de USA, Europa y algunos pocos países desarrollados y democráticos salpicados entre todos los continentes. Sin embargo, el resto del planeta sigue manejándose a través de la guerra y la barbarie. Y son muchas más personas y países que los civilizados.
El problema es que el centro mundial de la paz, el consenso y la civilización (el continente europeo) ha perdido los reflejos y no sabría como defenderse de una invasión de los bárbaros. Por lo tanto es USA quien debe combatir contra ellos, incluso con sus propias armas bárbaras, para que los europeos y el resto de los países civilizados, pero incapaces de defenderse por sí solos, sigan en paz.
En la Argentina, Néstor Kirchner es a Cristina Fernández lo que Bush fue a Europa según la delirante tesis de Kagan. Tesis que, pese a su chifladura, dominó la política internacional de USA hasta el año pasado.
Vale decir, Néstor es quien se mete en el barro, insulta, se ensucia, apoya en nombre de la civilización a bárbaros como Barrionuevo, Saadi y Rico; arma guerras hoy, mañana, siempre. Y todo para mantener la paz en su imperio.
En particular para que reina Cristina pueda gobernar feliz. Ya que, según la opinión no declarada de Néstor, Cristina no está preparada para la guerra y además él no permitirá que su esposa se ensucie las manos. Al fin y al cabo, el hombre es él.
Así, ella es capaz de decir frases que él jamás diría, como la que repitió ayer en Mendoza sin temor alguno al ridículo: que la Argentina vivía feliz, en paz y a puro crecimiento y justicia social hasta que apareció el mundo y nos arruinó todo.
Lo más seguro es que ella no mienta, porque como reina debe haber vivido así los años anteriores y en su palacio de cristal se imagina que así también lo vivieron todos.
La valiente legisladora que supo ser Cristina, como Presidenta encontró su sueño dorado: un mundo donde se codea con princesas, reyes y comandantes revolucionarios.
Donde, además, todos los días vocea un discurso contestatario que hasta le permite descubrir la pobreza y hervirle la sangre por ello.... luego de casi seis años de gestión, cuatro años y medio de su esposo y uno de ella.
Ocurriendo todo en este paradojal país donde la presidenta de la Nación habla como si fuera una opositora ( la culpa de todo lo malo que pasa es responsabilidad de cualquiera menos del gobierno ), el vicepresidente de la Nación es el principal político opositor del país.
El Presidente de hecho de la Nación no posee ningún cargo oficial.
Vaya usted y explíquelo en cualquier parte del mundo, o de Marte o de Plutón.
Así las cosas, desde el mismo día que Cristina asumió la Presidencia, Néstor decidió dedicarse a defenderla de todo mal protegiéndola con una caparazón blindada para que ella sólo se limitara a gobernar en paz y -en el peor de los casos- a relatar la guerra que siempre conducirá él y nada más que él.
Contra el mundo bárbaro cubierto de oligarcas campestres, opositores enemigos y destituyentes acechantes de la peor laya, se encargaría él.
Todo por amor a ella, para que su reinado pueda ser como el de Sissí, l-i-t-e-r-a-l-m-e-n-t-e.
Lamentablemente, a esa noble intención de Néstor de hacer la guerra para defender la paz no le fue mejor que a Bush con Irak cuando decidió seguir el sano consejo de Kagan.
Por lo tanto, desde que se hizo obvia esa división matrimonial de tareas, los argentinos que en su gran mayoría no miraban con malos ojos ni a Néstor presidente ni a Cristina senadora, empezaron a verlos mal a los dos, sufriendo ambos la más estrepitosa caída en popularidad que se recuerde en décadas, logrando esta paradoja de que el hombre con más poder político acumulado en el país generó uno de los gobiernos más débiles de las últimas décadas.
Cosa totalmente lógica que pasa con todos los sobreprotegidos, quienes terminan desconectándose de la realidad por culpa de sus sobreprotectores.
Ayer, en Mendoza, durante la breve estada de Cristina en Vendimia, estos rasgos se reflejaron con inusual claridad. Máxime si se los compara con los viajes anteriores de su esposo, en tanto presidente, a nuestra provincia.
Néstor, cual hábil político, siempre supo conectar discursivamente con la realidad mendocina. Fingidamente o no, acá siempre fue conservador entre los conservadores, moderado, mostrando - y quizá magnificando - sus escasas vetas institucionalistas.
Nunca ignoró la dificultad de seducir a una sociedad como ésta que lo ignoró en las elecciones de 2003 y hasta le rechazó el acuerdo con Cobos en 2007. Si bien Kirchner sabía que sus dirigentes son, en general, relativamente dóciles, sabía también de la indocilidad de los mendocinos. Y bien que se cuidaba de no desentonar, de parecer uno más entre ellos.
En cambio, Cristina demostró no conocer nada de la idiosincrasia local, ni de importarle demasiado.
Nadie sabía a ciencia cierta si vendría al Carrusel o si no vendría. En realidad nada se sabía a ciencia cierta porque está claro que para el matrimonio Kirchner el desprecio al protocolo es un hecho revolucionario, una demostración de que ellos no son burgueses.
Y en Cristina peor, porque Néstor directamente desprecia todo protocolo, mientras que ella lo desprecia igual pero a la vez se fascina con los boatos monárquicos, con las condescendencias cortesanas. Antiburguesa pero Reina.
No obstante, cuando le deben haber informado que las cosas estaban tan bien en el Carrusel que los políticos locales hasta lograron que los manifestantes de protesta marcharan casi como si fueran un carro vendimial más (custodiados por los ministros Adaro y Ciurca), entonces Cristina se dio una vueltita para ver los últimos tres carros y así poder decir que se había bañado en calor popular.
Lo malo: la Reina Cristina Lo del almuerzo de las Fuerzas Vivas fue un espectáculo aparte. Allí llegaron horas antes las fuerzas de seguridad presidenciales a la bodega privada para desordenar todo lo armado por los empresarios y cambiarlos por su divina voluntad.
La meta era que los periodistas estuvieran lo más lejos posible de la presidenta y el canal oficial lo más cerca posible.
Así, le armaron a los cronistas de los diversos medios un espacio con pantalla para ver a la reina y unos parlantes que se cortaron cuando hablaba la señora, de tan improvisados que estaban.
Entre medio, un vallado separaba a los periodistas de la gente como nunca nadie recuerda haber visto en las últimas dos décadas, frente a la pasividad de los dirigentes mendocinos -públicos y privados- que callaron su evidente disconformidad ante el atropello, quizá por temor al poder central, lo que debe reforzar la idea de los Kirchner acerca de la docilidad de los dirigentes locales.
Todos parecieron olvidarse de que se trataba de una bodega privada dentro de una provincia autónoma, ya que nadie hizo valer sus derechos.
Pero eso no fue lo peor.
Mientras los periodistas no podían cumplir su tarea al casi no poder ver a la presidenta y al no poder escuchar su discurso, desde la pantalla se observaba cómo el gobernador escuchaba atenta y respetuosamente el discurso de la señora Presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, como debe ser.
Sin embargo, cuando antes le tocó hablar al señor gobernador, la señora presidenta se la pasó la mayor parte del tiempo hablando con otras personas del palco o luciendo para la televisión oficial.
No le importó en absoluto lo que tenía que decir el gobernador de esta provincia supuestamente autónoma.
Además, mientras los periodistas plebeyos eran encerrados para que no pudieran mancillar a la reina y el gobernador era ninguneado de manera vergonzosa, el canal oficial se encargaba de transmitir a todo el país los tibios aplausos de los funcionarios y cortesanos, eludir los silbidos de los periodistas acorralados y a la vez titular la trasmisión así: La presidenta Cristina Fernández de Kirchner es agasajada por los industriales del vino.
Vale decir, el poder central no sólo vino a alterar todo el protocolo vendimial, a avasallar periodistas, empresarios y gobernador, sino también a decir al resto del país (por medio de la televisión partidaria-estatal) que un almuerzo donde tradicionalmente los bodegueros hacen reclamos a los funcionarios, este año era una fiesta que los mendocinos le hacían a su majestad, la reina presidenta. Una venia, una bajada de cabeza. Una tergiversación tremenda, una falta de respeto enorme a nuestra Vendimia y a Mendoza.
Cuáles de esas barbaridades fueron intencionales y cuáles fueron simplemente burradas, no cambian el centro de la cuestión: una visita teñida por una ignorancia supina por las costumbres mendocinas, máxime en el día cuando acontece la Fiesta que da trascendencia nacional e internacional a la provincia.
O sea, la Presidenta y su séquito hasta desconocen al día mendocino más conocido.
Lo bueno: La Presidenta Cristina Una verdadera pena, porque a diferencia de su esposo, que cada vez que venía a Mendoza llegaba con un locutor gritón que anunciaba durante media hora tres mil millones de regalitos para Mendoza, desde profilácticos hasta diques ( y los mismos anuncios eran repetidos en una y otra visita, como si los mendocinos fuéramos zonzos ), ella esta vez no actuó igual.
En este caso, la señora presidenta realizó un discurso discreto en el que prometió poco.
Aunque quizá también haya traído menos de lo que las expectativas indicaban, se trató de cosas concretas y políticamente correctas.
Porque no sólo se pronunció por un descuento en las retenciones a las exportaciones vitivinícolas sino que, además, propuso, como base para el otorgamiento de dinero (uno de los cuales, muy importante, por US$50 millones anunció ayer) la integración de los productores, su organización permanente, en vez de los meros subsidios al precio del vino que siempre serán pan para hoy y hambre para mañana.
En ese sentido, cuando su ministra de la Producción, Débora Georgi, se juntó con la gente de Mendoza, entre ambos lograron proponer políticas adecuadas para la provincia. Eso también vale para la Presidenta. Ella es responsable tanto de lo bueno como de lo malo.
Por lo tanto, su falta de demagogia discursiva sin promesas mentirosas, junto a su concepción acerca de nuestra vitivinicultura, son aspectos sustanciales que se deben rescatar a la visita de ayer de nuestra Presidenta.
Que de eso se trata, los mendocinos y los argentinos en general, queremos a una Presidenta en serio, no a una reina protegida.
Por eso ayer Cristina Fernández actuó bien cuando se puso la vestimenta de Presidenta y pésimamente mal cuando se disfrazó de reina.
Máxime en el día en que los mendocinos elegimos a nuestra única Reina, a la de la Vendimia.
Un voto entonces para la Reina de la Vendimia.
Ninguno para reina Cristina.
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